Mauricio Meneses
Mauricio Meneses. Eso fue todo lo que alcancé a leer de su currículum. Lo llevaba bajo el brazo. Lo leía a ratos y no pude con la curiosidad. Unos 67 años. Pelo peinado con caballerosidad y negro como el de los gatos que no dan suerte.Un traje oscuro a rayas gruesas que lo superaban en tamaño y moda. Los zapatos lustrosos, la mirada digna y las manos viejas, trabajadas y sin tintura.
No sé adonde iba Mario Meneses. Pero lo imagino. Una semana antes, él y sus canas cansadas trabajaban como portero en un colegio subvencionado de Puente Alto. Lo despidieron porque el nuevo director era un hombre pruductivo. Ágil, de esos de los nuevos tiempos. Un hombre joven y esbelto le habló de reducción de personal,de necesidades de la nueva administración. Le dijeron que estaban agradecidos de su trabajo, pero él no comprendió lo que era ser un agradecido. No dijo nada, colgó su delantal azul y dejó el manojo de llaves sobre el pupitre.
Ese viernes de fin de mes, el flaco y viejo Meneses viajó una hora en micro de regreso a su casa. Como siempre pero distinto. Su mujer lo vio y sin mirar no dijo nada.
Mario comió callado y tampoco dijo mucho. Se fue a acostar a su cama de casado separado arrepentido, donde su soledad le traspasaba los temblores. Prendió la TV para lo de siempre. En las noticias especulaban sobre todas las maravillas que se podría hacer con el excesivo dinero que nos daba el cobre por estos días. Mario Meneses miró su chapita de Cobreloa, el equipo de su desértica infancia calameña.
Mario Meneses levantó el ceño y apagó el TV. Trato de dormir.No sé si durmió, menos si tuvo un sueño o una pesadilla, pero si sé que al otro día no estaba a la hora del despertador.
Salió de la casa con destino a arreglarse la vida. Mario Meneses no tenía amigos, hijos, sicólogo ni tampoco colegas. Sólo tenía tiempo, pedazos de pequeñas tragedias y comedias y la dignidad de la vida.
No sé que fue de Mario ese fin de semana. Sólo sé que el martes en la tarde era diferente. Cuando lo vi por primera vez en ese metro, supe que hacía poco era otro.Que ya no tomaba la micro, sino que prefería la nueva, ágil y moderna linea del Metro.
Ahí fue donde vi por primera vez a Meneses.
No sé qué destino tuvo su currículum sin foto. Sólo sé que para su mujer ese lunes, el nuevo Mario Meneses se levantó como todos lo lunes a trabajar y que llegará a la hora de la cena sin decir mucho, como siempre.
Suerte a Meneses y a su remozada dignidad!